La imagen de tus muñecas atadas por una gruesa cinta de cuero me persigue desde hace unos minutos. Intento concentrarme en aquello que debo hacer pero, cada vez que cierro los ojos, veo tu espalda desnuda, el sensual perfil de tus labios y justo a la altura de la frente me deleito con el placer de observar tus manos entrelazadas y totalmente entregadas. Son las seis y media...
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