21 noviembre 2006

El susurro que me acompaña


Me deslizo en la cama con todos los sentidos a flor de piel. Cuando mi cuerpo desnudo entra en contacto con las sábanas recién planchadas y perfumadas un intenso escalofrío me recorre desde la nuca hasta la planta de los pies haciéndose más intenso entre mis muslos. Un leve suspiro se escapa de mi boca y no puedo evitar sonreír ante la avalancha de sensaciones que se acumulan en mi interior. Dejo caer la cabeza sobre la almohada, relajo todos mis músculos, cierro los ojos, intento hacer que mi respiración sea más suave al tiempo que alejo la mente del mundo que me rodea. Así es como me enseñaron a dormir. Así es como lo he hecho siempre…
Sin embargo, cuando logro apartar cualquier imagen de la realidad, un leve susurro llega hasta mis oídos. De inmediato el corazón me late con fuerza en el pecho. No necesito abrir los ojos. No hace falta escuchar nada más. Es el sonido de tu placer que se niega a abandonarme aún cuando mi cuerpo está casi exhausto. Trato de alejarme de ese murmullo que se hace más intenso cuando intuye que voy a abandonarle.
Abro los ojos. Te sigo escuchando. Los susurros se han convertido ahora en gemidos, en pequeños halos de oxígeno que salen de tu boca en forma de intensos suspiros. Noto cómo todo mi cuerpo reacciona. Es inútil resistirse a la tentación cuando el cuerpo y, sobre todo, la mente hace tiempo que se entregaron. Observo mi anatomía con atención. La piel que alcanzo a ver está erizada, la respiración se entrecorta y mis labios se separan lentamente para dejar que sea mi lengua quien los acaricie esta vez. Percibo su suavidad. Me deleito en saborear mi propio aliento. Un leve sonido sale de mi interior. En circunstancias diferentes estaría tratando de controlarlo pero en este mismo instante es algo que no me preocupa, es más, incluso me excita porque hace que me sienta más cerca de ti.
Mi mano derecha abandona la almohada en la que ha estado reposando hasta ahora y se dirige suave pero con firmeza hasta mi cuello. Mientras mi lengua continúa saboreando todos los rincones de mi boca, los dedos se deslizan con maestría por la barbilla y acarician con ternura el perfil de mi garganta. Recorren con lentitud cada centímetro que separa la cara del cuello. Se detienen a explorar cada ángulo de mi rostro y se tornan más suaves cuando llegan al lugar desde donde el placer se hace audible. Ahí todas mis sensaciones se convierten en un cálido cosquilleo que me sacude con ternura.
Los pulmones se ponen de mi parte esta vez y me ayudan a sacar todo el aire que estoy acumulando en mi interior mientras me acaricio. De nuevo los labios me obedecen y, en esta ocasión, me encuentro cara a cara con un intenso suspiro que atraviesa la garganta con lentitud permitiendo que empiece a excitarme con el sonido de mi voz, con la experiencia de mi propio placer. Cierro los ojos porque ya no necesito mirar hacia ninguna parte. Todo lo que deseo ahora reside en mí,en el espíritu que controla mi alma.
Una mano tibia recorre mis pechos. Bordea su contorno con mucha suavidad. Apenas percibo el roce de los dedos aunque intuyo que están ahí. La mano izquierda viene a unirse a su compañera y me someten a sus caprichos. Dos dedos se encargan de trazar pequeños círculos sobre la fina piel de los senos mientras que otra pareja de compañeros inicia un desconocido viaje hasta los pezones. Encuentran su destino con facilidad porque ambos se erigen con firmeza en el centro de la tierra prometida. No dudan en celebrar el éxito de su misión y se lanzan con avidez sobre el primero de ellos. Lo bordean, lo escalan, acarician sus bordes con maestría. Pero eso no es suficiente y, al mismo tiempo que sus compañeros están recorriendo sin cesar cada parte de la piel que les rodea, ellos deciden hacerme presa de un intenso placer.
Siento una leve presión sobre el pezón derecho que, al principio, me sorprende pero que a continuación da paso a un agradable cosquilleo. La sensación empieza a desaparecer cuando, de repente, una presión más intensa arranca un gemido incontrolado. Sonrío porque he adivinado el juego que mis dedos se llevan entre manos. No hago el menor gesto para oponerme a la intensidad que me domina y me envuelve. Escucho mis suspiros incontrolados y permito que la otra mano que hasta ese momento solo me ha estado acariciando juegue con el pezón que queda libre.
Los dedos trabajan al unísono. Aprietan primero con suavidad y, justo en el momento en el que considero que no puedo experimentar más placer, me recuerdan todo lo contrario aprisionando mis pezones con fuerza y dejándolos escapar con rapidez. Una de las manos se desliza ahora hacia mi boca y acaricia los labios. Mi lengua sale a recibirla y moja cada uno de los dedos que regresan a humedecer los pezones. El hormigueo se hace esta vez más intenso. La oleada de placer que me invade hace que, de forma instintiva, separe los muslos para que pueda notar sin dificultad toda la humedad de mi sexo.
Intento levantar la cabeza para contemplar el cuerpo excitado pero un intenso temblor me recorre obligándome a permanecer en la misma postura. Percibo el calor de mis manos aproximándose a la humedad de mi sexo. Los gemidos que hasta ese momento salían de mi boca se han transformado en susurros, en la expresión de palabras sin sentido pero que, al mismo tiempo, me excitan. La mano derecha es la primera en adentrarse entre mis muslos y acaricia el borde mi sexo que palpita cada vez que percibe su proximidad.
El momento que deseo con desesperación acaba de llegar. Los dedos recorren mi sexo completamente mojado. Intentan caminar por él pero enseguida descubren que me torturan más si se deslizan entre los labios y presionan levemente la pequeña cima del interior. Al principio sólo son suaves caricias que me estremecen y provocan sensuales sonidos en mi boca. Poco a poco los dedos ejercen más presión sobre mi sexo logrando que cada vez esté más excitada. Percibo un movimiento rítmico de la mano que, con inteligencia, ha sabido encontrar el punto exacto en el que se concentra todo el placer que soy capaz de sentir. Lo atrapa entre los dedos y el movimiento se va incrementando a medida que lo hace el deseo.
La humedad se desliza como un torrente entre mis muslos y es, en ese momento, cuando la mano izquierda viene a ofrecerme el último de los castigos del placer. Siento mi sexo a punto de estallar y, cuando pienso que no voy a poder prolongar mucho más esta sensación, algo penetra en mi interior haciendo que gima con intensidad. Noto la humedad de mi interior y no reprimo la idea que en ese momento atraviesa mi mente. Sin dejar de acariciar mi sexo, cosa que ya me es imposible por completo, llevo la otra mano a mi boca. Los dedos se adentran en ella y la lengua se deleita con el manjar que acaba de recibir. Percibir mi propio sabor me lleva más allá.
Ahora todo el cuerpo acompaña el ritmo que impone la mano que se encuentra en mi sexo. Las caderas se balancean suavemente al tiempo que ese “algo” me penetra de nuevo. Esta vez no tomo decisión alguna. Dejo que mi cuerpo encuentre su propio camino hacia la inmensidad del placer que me tenga reservado.
Durante unos segundos se produce el equilibrio. Siento un hormigueo que invade el centro de mi sexo al mismo tiempo que un intenso calor se apodera de mi interior. Percibo la tibia humedad que ahora me llena las dos manos. Los movimientos se hacen cada vez más rápidos pero sin perder el ritmo que me está enloqueciendo. Gimo, susurro, hablo… Noto cómo la sangre se agolpa bajo mi piel para proporcionarme el estallido de placer que ansío, que deseo, que percibo, que noto, que está ahí….
Un sonoro gemido de placer inunda la habitación en la que me encuentro al mismo tiempo que todo se abre en mi interior proporcionándome un intenso orgasmo. Me rindo al placer. Me deleito con él. Lo disfruto en toda su intensidad y me siento inmensamente feliz porque el susurro que me acompaña ha logrado sacar algo nuevo de mí.

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