17 enero 2007
Nudos
Carmen se miró una vez más en el espejo intentando no pensar en lo que estaba a punto de hacer. Luís no era un desconocido. Eran amigos desde la universidad y, a pesar de haber cumplido ya ambos los cincuenta seguían en contacto. Sin embargo pasar de explicarle sus fantasías más íntimas a tratar de hacerlas realidad era algo para lo que una parte de ella aún no estaba preparada. Al contrario de lo previsto había sido incapaz de rechazar la cita propuesta dos días atrás.
- A las nueve y media en mi casa- le susurró él mientras que la despedía dejándola cómodamente sentada en el taxi que la devolvía al trabajo.
- Bien- es todo lo que ella acertó a responder.
Cogió el bolso y salió a la calle. Hacía una noche bastante cálida así es que Carmen decidió caminar las cuatro manzanas que separaban su casa de la de él. En menos tiempo del que esperaba se encontraba frente a una enorme estructura de metal y llamó al timbre. Se oyó un sonido eléctrico. La puerta se abrió dejando al descubierto un precioso jardín y un sendero de tierra que conducía directamente hasta la casa. Entrecerró los ojos y adivinó la silueta de Luís al otro lado del camino. Cruzó con paso decidido hasta encontrarse a escasos centímetros de él. Se observaron en silencio y, casi al mismo tiempo, se lanzaron el uno sobre el otro.
Carmen cerró los ojos. Se estremeció al sentir con tanta intensidad el calor y la humedad de los labios de Luís que, con maestría, se deslizaban ya sobre su cuello mientras que sus manos trataban de desnudarla y la empujaban al interior de la casa. Percibió cómo él le acomodaba el cuerpo sobre una superficie dura pero no se atrevió a mirar a su alrededor. Sabía que si cualquiera de sus sentidos tomaba conciencia de lo que estaba pasando no sería capaz de seguir adelante.
Luís le susurró algo al oído y ella procedió a obedecer de inmediato quitándose las pocas prendas que aún le cubrían el cuerpo. Cumpliendo órdenes se dejó puestas las medias y los zapatos de tacón. No entendía la insistencia de él en este aspecto pero, en este momento, no estaba para cuestionarse nada. Cientos de sensaciones contradictorias se agolpaban en su interior y poco a poco se fue enganchando a la adictiva combinación de deseo y temor a lo desconocido.
Sin esperarlo notó cómo algo de extrema suavidad y con un intenso aroma a jazmín le cubría los ojos. A continuación las frías manos de Luís que se deslizaban por sus hombros le produjeron un intenso escalofrío y el primero de los leves suspiros que dejaría escapar a lo largo de la noche.
Mientras que intentaba controlar la respiración y las reacciones de su cuerpo advirtió cómo unos dedos finos trazaban pequeños círculos sobre sus pezones. Un leve dolor la cogió desprevenida haciendo que un intenso "sí" se escapara de su garganta. No fue consciente de su propia excitación hasta que, de forma inconsciente, separó las piernas y notó cómo la humedad le llenaba el sexo y se empezaba a deslizar lentamente por los muslos. Se ruborizó durante unos segundos sin darse cuenta de que aquello excitó aún más a Luís que la miraba con gesto sonriente.
Percibió el aliento de él sobre la nuca y un suave ruido le adelantó que algo estaba a punto de suceder. Su cuerpo se tensó y la respiración se le entrecortó al notar como algo suave pero firme empezaba a rodear su torso. Puso alerta todos sus sentidos para tratar de adivinar qué era aquello que la empezaba a envolver y a ejercer presión sobre sus pechos. Sólo logró entreverlo cuando percibió que los movimientos que realizaba Luís con las manos eran similares a los de anudar un cordón. Poco a poco se fue acostumbrando al efecto que los nudos causaban sobre su piel. Un agradable cosquilleo le recorría la parte del cuerpo aprisionado bajo la cuerda haciendo que los pezones se hicieran más sensibles. Con cada movimiento de sus manos la sensación se intensificaba hasta el punto de hacer palpitar su sexo de un modo que ella desconocía.
Empezó a sudar y sus gemidos, apenas perceptibles hasta ese momento, llenaron la estancia. Se ruborizó de nuevo al sentir su propia excitación pero, en cuestión de segundos, se concentró sólo en lo que sentía entregándose por completo al placer que aquella extraña práctica le estaba proporcionando. Su sexo completamente mojado la indicaba que el orgasmo estaba próximo pero Carmen se esforzaba por retrasarlo todo lo posible. Los dientes de Luís sobre sus apretados pezones y la intensa mezcla de dolor y placer malograron sus esfuerzos. Una oleada de pequeños orgasmos invadió todo su cuerpo. Justo en el instante en el que pensaba que no iba a ser capaz de soportar más placer sus labios susurraron: ¡Quiero más! ¡Hazme tuya!
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3 comentarios:
No me gusta el dolor, ni su combinación en el sexo, pero si un buen relato, y este, desde luego, lo es.
Besos y un golpe a la tecla de votarte.
Gracias sobre todo por la lectura y a ver si a golpe de tecla ascendemos posiciones. Sincreamente creo que os lo mereceis. Besos***
no lo he practicado... tampoco me atrae, pero respeto a quien lo hace.
Un beso
Hugo
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