Al respirar el aire del primer día del
año tengo la sensación de empezar algo nuevo como si el sortilegio
y la tradición de las doce uvas pudiera borrar todo lo viejo, lo
malo, lo aburrido y lo rutinario de estos meses que acabo de dejar
atrás.
Durante varios años y supongo que
como miles de personas en todo el mundo yo también he hecho los
correspondientes propósitos para año nuevo. La mayoría de ellos no
han sido nada especial. Cosas tan mundanas como perder peso, hacer
más ejercicio, practicar la paciencia, la tolerancia... Pero este
año las cosas han sido diferentes. Por primera vez en mucho tiempo
no ha habido en mi mente espacio para ninguno de ellos. Lo sabes
porque te lo conté mientras te abrazaba en ese sofá que ha vivido
cientos de noches en vela. Hasta a aquel instante en el que fui capaz
de verbalizarlo ni si quiera había sido consciente de que había
pasado por alto esa antigua tradición. Enseguida tú, fiel al deseo
de que no deje de hacer nada y de que tenga todo lo que deseo me
dijiste: "Tienes que hacer tus propósitos de año nuevo".
Lo cierto es que lo he pensado mucho
y aún no he logrado encontrarlos. Tal vez este año no los haya. O
quizás es que ya no necesito proponerme nada nuevo para convencerme
de que puedo. Probablemente el reflejo que me devuelven tus ojos cada
vez que te miro sea más que suficiente para no desear nada más de
lo que tengo. Porque lo cierto es que lo tengo todo.
Sé que tú no. Que echas de menos
que llene las páginas de este diario con el que tantas y tantas
horas hemos pasado. Sobre el que henos conversado e incluso discutido
por el significado de una frase, una palabra quizás. Sé que te
asomas a esta ventana con cierta frecuencia para ver si al final ha
ganado el deseo de renovar emociones o si, por el contrario, deseo
conservar y mantener aquellas que nos han traido hasta aquí.
En estas letras y en todas las
emociones encontradas que se agolpan en mi interior mientras escribo
tienes la respuesta.
Disfruta...
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