Te observo en silencio. Mi mirada se detiene en cada uno de esos rincones de tu cuerpo que conozco de memoria, tanto, que incluso forman parte de mí. Sé que tú no me miras. Que tienes la vista clavada en el suelo. Pero yo sé que me estás esperando. Te leo. Me anticipo a tus deseos. Siempre lo he hecho y, por fortuna, eso es algo que no ha cambiado entre nosotras. Sé lo que quieres. Si me lo propongo soy capaz de escuchar los latidos de tu corazón desde el otro lado de la sala.
Podría abrir la boca. Pedirte lo que quiero. Darte lo que ansías. Pero hoy no voy a hacerlo. Quiero que me mires. Que claves tus ojos en los míos. Que te pierdas en ellos mientras me dices todo lo que está pasando por tu mente en este instante.
Casi puedo escucharte pronunciando cada una de las sílabas de ese discurso que lucha por salir de tu interior: “Hazme tuya. Quiero que me beses, que me acaricies, que me arañes, que me muerdas. Deseo sentir tu boca, tus dientes, tu lengua en cada poro de mi piel. Quiero que me hagas el amor, que me folles. Quiero ser tú. Me muero porque seas yo…”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario