Las diez de la noche. Abro la puerta. Espero a que la vista se acostumbre a la falta de luz en el interior del piso. Algo resplandece al fondo del pasillo. Es tenue, cálido. Invita a acercase allí. Cuelgo el bolso en el perchero y empiezo a caminar despacio. Un aroma dulce empieza a envolverme. Creo saber a qué pertenece. Mejor dicho, a quién. Pero no quiero creerlo. Tal vez sea sólo una trampa de mi imaginación. Otra más.
Sigo avanzando. Escucho el sonido de mis tacones al golpear contra el suelo de madera. Los latidos de mi corazón que parecen ir al compás de cada una de mis pisadas. Llego al salón. Docenas de velas lo iluminan. Llenan de vida la estancia. En el centro, desnuda, sentada en el borde de una silla, con las piernas abiertas, las palmas de las manos hacia arriba y completamente ofrecida me esperas. Clavo mis ojos en tus labios. Observo la cinta de cuero que sostienes entre los dientes. Mientras me acerco te susurro: “ Sí. Te lo pondré. Te haré MÍA”.
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