Hoy me debato entre tu libertad y la
mía. Lo que tú quieres. Lo que yo quiero.
Aquello que necesitas. Esto que yo no necesito pero que me encantaría
cambiar por cualquier otra cosa.
Hago un ejercicio de
madurez, de autoconvencimiento, de quitarle importancia a las cosas.
Pero por mucho que lo intento no consigo entenderlo y, lo que es
peor, no logro aceptarlo. Me hace daño. Incluso me rompe.
Soy racional ya me
conoces. Siempre buscando los motivos, los por qué de las cosas
tratando así de lograr que todo ocupe el lugar adecuado en mi mente.
En mi alma. Te he preguntado una y mil veces los motivos. Tus
razones que, por supuesto, para ti son válidas pero que no lo son en
absoluto para mí. Yo he tratado de exponer mis argumentos y tú
dices que los entiendes pero no estás dispuesta a cambiar de
opinión.
Aquí estoy tratando
de ser adulta. De contener las palabras, los sentimientos, las
emociones. Todo para apartar de mi mente la única palabra en la que
soy capaz de pensar: Traición.
Y no. No es conmigo
o contra mí. Es coherencia. Es sensatez. Es poner en la balanza y
ver qué pesa más. Pero tampoco quiero pensar en eso porque si por
un instante tengo la certeza de que has sopesado sabré también que
yo habré vuelto a perder.
Son cosas que pasan.
Cierto. Te haré daño, dices. Me harás daño, añades. Tal vez
tengas razón y las cosas sean como tú las ves. Pero yo no estoy de
acuerdo porque nunca haré nada de forma deliberada.
Continúo intentando
ser adulta. Sonrío y trato de hacer como si nada. Incluso controlo
el tono de cada mensaje, de cada conversación. Pero no sirve de nada
porque sigo teniendo la impresión cada vez más angustiosa de que de
nuevo he vuelto a perder. Otra vez vuelvo a ser la sacrificada en
aras de no sé qué historias que me suenan tan vacías como lo que
hay ahora mismo en mi interior.
Se me pasará. Sí.
Lo perdonaré. Es probable. Sólo espero que esto no se acabe
convirtiendo en un argumento más que echar en cara con el tiempo.
Disfruta tú.
Yo no puedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario