06 febrero 2013

En todas partes


Recorro con la vista cada rincón de la habitación. Trato de poner orden a mis sentimientos. A los pensamientos que cruzan por mi mente a una velocidad mayor de la que soy capaz de procesar. Estoy tratando de tomar decisiones. Qué hacer a partir de ahora con esta vida en la que tú ya no estás. Respiro hondo y aún me llega tu aroma desde las sábanas que hace tan solo unas horas he compartido contigo. Estás aquí. Sigues aquí. Y yo trato de sacarte de mente. De mi vida ya no. Te has ido. Esta vez es para siempre.

Busco mis cuadernos perfectamente apilados sobre la mesa casi en el mismo lugar en el que tú los has dejar después de poner en orden mi caos. Me alivia pensar que ahora me podré refugiar en el trabajo. Ya no habrá excusas ni distracciones. No será necesario tener la cabeza en cuatro lugares a la vez porque sólo queda estar en el que estoy.

Me dirijo a la mesa con la poca fuerza que me queda. Enciendo el portátil y de nuevo miro a mi alrededor intentando decidir en qué proyecto me voy a perder hasta que se cure este vacío que siento. Este dolor que la lógica me dice que pasará pero que ahora mismo no sé cómo gestionar. Mi mente piensa en el trabajo, en el orden y en la rutina. Mi corazón vuelve una y otra vez a ti. A saber que ya no estás. Que no hay ni si quiera un mañana y que al recurrir al ayer es todo lo que me queda.

Pienso de nuevo en el trabajo e intento teclear una frase coherente. Algo que me ayude a arrancar. De nuevo mis ojos se van hacia los objetos que hay sobre la mesa. Los cuadernos que fabricamos durante el verano, los marcapáginas de una mañana de Navidad, un bote lleno de bolígrafos, una pluma, un tintero, un cuaderno hecho sólo para mí.

Vuelvo a ti. Te has ido pero aquí estás. Vives. Siempre.

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