14 agosto 2006

Chopsticks



Mientras me acercaba la silla a la mesa percibí la sutil intesidad de su perfume. Cerré los ojos y traté de recordar cuándo había sido la última vez que ese aroma había formado parte de mi piel. Durante unos segundos estuve a punto de fijar en mi mente la fecha exacta, el momento concreto pero una agradable sensación me sacó del ensimismamiento. Observé con sorpresa la silla vacía al otro lado de la mesa pero su presencia era tan abrumadora que era imposible no percibirla. Una ténue calidez recorrió la parte derecha de mi cuerpo y supe al instante que estaba a mi lado.
Acercó sus labios a mi oido y permaneció a escasos centímetros de ellos. No pronunció palabra alguna pero, por el calor que desprendía su boca no fue difícil adivinar sus deseos. Desabroché un botón de la blusa y acomodé la espalda en la silla. Le lancé una mirada desafiante que fue correspondida con un "no es suficiente y lo sabes". El sonido de su voz me erizó toda la piel al tiempo que percibí un ligero hormigueo en mi sexo. El corazón me latía con fuerza, tanta que estuve a punto de abandonar el juego. Sin embargo, la sensación que me embargaba era demasiado placentera y a la vez desconocida. Debía seguir adelante. Es más... ¡Lo deseaba!.
Desabroché un nuevo botón al mismo tiempo que percibí una mano firme y sensual sobre mis piernas. Con un ágil y experto movimiento separó mis muslos dejandome en una postura que, en un principio me avergonzó pero que después logró excitarme aún más. Supliqué en mi mente que no me obligara a quitarme la ropa interior. Mi sexo estaba húmedo, tanto que estaba segura que sus dedos ya lo habían percibido. Me sentí incómoda ante esta evidencia de mi excitación. Ella pareció intuirlo porque paseó una de sus manos por el interior de mis muslos hasta que dos de sus dedos recorrieron mi sexo suavemente y permanecieron allí. Notaba como con cada una de sus caricias la sensación de cosquilleo aumentaba. Tenía la respiración entrecortada y estaba a las puertas de un intenso orgasmo cada vez que me acariciaba. Pero ella lo sabía y era capaz de dejar sus dedos inmóviles cada vez que mi respiración entrecortada le confirmaba que el final estaba próximo.
Una extraña punzada me hizo abrir los ojos. Absorta en el placer que me envolvía no me había dado cuenta de que mi blusa estaba totalmente abierta y uno de mis pechos estaba al descubierto. Observé que el pezón había quedado atrapado entre dos palillos chinos. La miré directamente a los ojos y, al comprender la pregunta, le hice saber que no me dolía lo que estaba haciendo. Separó levemente los palillos mientras que sus dedos acariciaban de nuevo mi sexo. Me abandoné por completo al placer y al ritmo que, a partir de ese instante, ella impuso. Conforme mi excitación aumentaba también lo hacía la presión de los palillos sobre el pézón. Al principio la sensación me resultó molesta pero, poco a poco empecé a encontrar placer en aquel leve dolor. En el último de sus intentos por no concederme el orgasmo que yo tanto deseaba fue mi cuerpo el que buscó el contacto con su mano. No la retiró y permitió que en esta ocasión fuera yo la que marcara el ritmo. La intensidad de mi respiración o, tal vez el movimiento de sexo le indicaron que estaba justo en el punto en el que ella deseaba tenerme. Sus dedos volaban sobre mi sexo, los palillos apretaban el pezón con toda la fuerza posible de la que ella era capaz. El calor invadía todo mi cuerpo, ligeras contracciones en mi húmedo sexo avanzaban el deseado final. Fue entonces cuando con un movimiento experto retiró los palillos y fue su cálida lengua la que lo atrapó. La sensación que experimenté desencadenó un intenso orgasmo al que sucedieron otros más suaves cada vez que su lengua recorría mi dolorido pezón. Aquel calor, aquella humedad de su lengua unida al cosquilleo de la sangre corriendo de nuevo bajo aquel pequeño trozo de piel me superó por completo. Cuando mi cuerpo se dio por vencido intenté hablar con ella. Sin embargo sus dedos, aquellos que me habían proporcionado aquel enorme placer, se pasearon por mis labios. Pasé mi lengua por ellos y me saboreé por primera vez. Una de mis manos se posó con firmeza sobre su torso logrando que su cuerpo se acomodara. Ahora me tocaba a mí... Era su turno...

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