23 noviembre 2006

El Piercing



Todo es blanco en la habitación. Allá donde dirija la mirada sólo veo material perfectamente esterilizado. Avanzo decidida hacia la camilla del fondo de la sala intentando adivinar qué pesa más en mi interior: El temor o el deseo. En cualquier caso, estoy a punto de adivinarlo. A través de la puerta escucho una voz masculina que me sugiere que me desnude. Es necesario para poder continuar con esta experiencia.
Bajo lentamente la cremallera de mis botas. El sonido seco del metal descendiendo por el cuero de mi calzado se hace más intenso en la estancia casi vacía. Con un leve movimiento saco los pies de su interior y decido permanecer descalza sobre el suelo. El frío que sube a través de ellos se mezcla con la tibieza que empiezo a sentir entre mis muslos provocando que la respiración se me acelere. Es un cambio en el ritmo apenas perceptible pero suficiente para reconocer mi excitación y confirmar que es el deseo lo que me ha traído a este lugar.
Los pantalones se deslizan con facilidad y los dejo perfectamente doblados junto a las botas. Pasan unos segundos y considero la posibilidad de quitarme la ropa interior pero quizá sea mejor esperar a que la voz masculina entre en la habitación. Como si me leyera el pensamiento aparece en la sala. Es alto. Luce un perfecto bronceado y una sonrisa cómplice que yo correspondo lanzándole una de mis miradas tipo: "Vamos a pasarlo bien".
Sus ojos observan mi cuerpo semidesnudo mientras que su voz me invita a quitarme las bragas. "Lo que has venido a hacer aquí no es posible con ellas puestas", dice al mismo tiempo que sonríe con picardía. Clavo mi mirada en él y, con el mayor descaro del que soy capaz, dejo que el algodón de mi ropa interior acaricie los muslos, se detenga mínimamente en las rodillas y llegue hasta los tobillos de donde la recojo con un experto movimiento.
- Ahora túmbate en la camilla y relájate- dice dando un nuevo repaso esta vez a la parte desnuda de mi anatomía.
- Estoy en buenas manos, ¿verdad?- respondo con ironía
- ¡En las mejores, querida!-
Deja de hablar durante un instante y se dirige hacia un enorme banco metálico lleno de instrumental totalmente desconocido para mí. Regresa sosteniendo en la mano derecha lo que yo figuro que son unas pequeñas tenazas mientras que en la otra me muestra una pieza de acero.
- Así es que estos son los piercings que has escogido para tu sexo... Me gustan. Creo que quedarán bien en esta zona que llevas perfectamente depilada- sentencia tal vez intentando ruborizarme pero obteniendo de mí el efecto contrario.
- Sí. Creo que es el mejor modo de lucirlos. Con el sexo rasurado por completo- respondo haciendo caso omiso de su alusión a los pendientes que está a punto de colocarme
- Perfecto. Ahora necesito que separes un poco las piernas y que te coloques en una postura en la que te sientas cómoda- dice al tiempo que coloca los piercing y las tenazas en una pequeña bandeja y sus dedos se dedican a explorar la zona en la que van a trabajar durante los próximos minutos.
Cuando sus manos entran en contacto con mi sexo un fuerte suspiro se escapa de mi boca. Cierro los ojos. Sé que él se ha dado cuenta de mi excitación no sólo gemido, sino por la humedad que ha invadido mi sexo. Pero prefiero no visualizar este hecho.
- Vas a notar bastante frío ahora. Utilizo este spray para insensibilizar la zona en la que voy a colocar los pendientes. Si por algún motivo te molesta demasiado no tienes más que decírmelo, ¿de acuerdo?-
- Perfecto- acierto a responder mientras pienso que algo helado es justo lo que me faltaba para excitarme aún más pero claro, eso él no lo sabe. ¿O sí?
Percibo una intensa sensación de frescor justo en el centro de mi sexo. Al principio es casi como una brisa que incluso agradezco porque viene a paliar un poco mi agitación. Sin embargo, a medida que los segundos van transcurriendo y el frío se hace mucho más intenso el deseo se apodera de nuevo de mi cuerpo de un modo incluso más fuerte que con anterioridad. Trato de controlarme aunque ahora noto cómo el latex de sus guantes palpan los labios interiores de mi sexo y presionan con suavidad sobre el clítoris. Intento convencerme de que esta manipulación terminará pronto pero enseguida compruebo que no lo hará con la suficiente rapidez como para lograr calmarme. Estoy a punto de pedirle que pare. Quiero decirle que no lo soporto pero no tiene sentido. No es el frío lo que me molesta, ni si quiera son sus manos. Es la certeza de que el orgasmo que se está preparando en mi interior llegará demasiado rápido.
Aprieto la espalda con fuerza contra la camilla en un vano intento de distraer la atención a otra zona de mi cuerpo. Él me está hablando. Me explica cómo, en breve, va a empezar a colocarme los pircings en los lugares que yo he escogido con anterioridad. No le escucho porque acabo de sucumbir al deseo y al placer. El contacto de mi sexo con sus dedos cesa un instante. Escucho un sonido metálico e intuyo que está cogiendo el material que necesita para perforar mi piel. Algo cálido se aproxima de nuevo a mí. Sí. Son sus manos. Dos de sus dedos separan con maestría los labios de mi sexo haciendo que me estremezca y que otro profundo suspiro se escape, ya sin rubor, de mi garganta. A continuación noto un ligero pinchazo en la parte interior de mi sexo. Un dolor seco, intenso y rápido al que le acompaña un fuerte hormigueo.
De repente noto su aliento junto a mi oído mientras que una voz que reconozco como suya me susurra: "Disfrutas con el dolor, ¿verdad?". Un gemido más intenso es toda la respuesta que obtiene de mí. De nuevo sus dedos recorren mi clítoris y siento cómo palpita con fuerza. Ahora el frío en esa parte de mi cuerpo se ha hecho menos intenso y la mezcla con la calidez de mi propia humedad es exquisita.
Percibo las tenazas de nuevo muy próximas a mi piel. Dolor, placer y el cosquilleo inconfundible del inminente orgasmo. Ahora algo se desliza por el interior de mi piel. Es algo pequeño pero muy duro que él está haciendo girar con sus dedos al mismo tiempo que me roza con suavidad. Ese movimiento es suficiente para lograr un fuerte estallido en mi interior. Una oleada de placer viaja desde el centro de mi sexo a todas las partes de mi cuerpo sumergiéndome en una intensa sacudida que, por supuesto, él percibe. Me deleito en el orgasmo que me ha proporcionado notar mi piel perforada mientras mi respiración se va estabilizando. Su voz me saca del ensimismamiento en el que estoy inmersa.
- Hemos terminado-
- Ha sido un placer- acierto a responder
- Podemos repetir cuando quieras- afirma al mismo tiempo que me hace un guiño con los ojos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

lo he estado leyendo y percibo en el contenido un exquisito tacto a la hora de relatarlo, gracias porque consigues que el ritmo cardiaco se acelere, eres unica. Muuakksss