29 noviembre 2006

Humo



- Estoy sudando- afirmé sin ser demasiado consciente de que no hacía más que confirmar algo que era obvio.
- Sudas como la perra que eres- respondió él con un tono de voz que jamás hasta ese momento había escuchado en un hombre.
Mi primera reacción fue la de replicar al calificativo que acababa de emplear conmigo pero, enseguida me di cuenta de cuánta razón tenía y de lo mucho que me excitaba escuchar en sus labios aquella palabra. Cierto. Era una perra. Su perra. Él percibió mis pensamientos y tiró de mi pelo con fuerza haciendo que mi cabeza casi rozara la espalda. Mi mirada quedó atrapada por la fuerza que transmitían sus ojos y apenas percibí la perversión que se escondía detrás de su enigmática sonrisa.
- Cierra los ojos- murmuró
- No- respondí en un tono más desafiante del que en realidad pretendía
- ¡He dicho que cierres los ojos, perra!- repitió acompañando sus palabras con un sonoro azote en mis nalgas.
- No- repetí al mismo tiempo que saboreaba de leve dolor que me acababa de causar con la mano.
- Como está claro que no quieres obedecerme por las buenas, lo vas a hacer por las malas.
- Tú mismo- sentencié siendo absolutamente consciente de mi insolencia y, por supuesto, disfrutando de ella.
Sus manos volvieron a tirar de mí hacia atrás y mi excitación creció cuando fui consciente de la fuerza que encerraba. Con la maestría que yo ya esperaba de él me cubrió la parte superior del rostro. A pesar de que yo continuaba con los ojos abiertos, hecho con el que por supuesto él ya contaba, el modo en el que me acababa de cubrir los ojos me impedía ver nada. Traté de encontrar algún punto de claridad para poder orientarme pero fue imposible. Él sabía lo que hacía pero, por encima de eso, sabía lo que deseaba en este momento.
Nuevas gotas de sudor empezaron a invadir diversas partes de mi cuerpo aunque en la espalda se habían convertido en un auténtico espectáculo. Noté cómo deslizaba su mano por ella siguiendo con el dedo el trazado que las gotas marcaban. Recorrió una, dos, tres veces el mismo camino acompañado el sudor que caía desde mi nuca, pasando por el centro de mi espina dorsal y muriendo al final de mis nalgas. Le oí suspirar tan cerca de mí que, por un instante, pensé que tal vez iba a hacer realidad mi único deseo en aquel momento: Sentir el contacto de su lengua en mi piel recogiendo y saboreando el líquido salado que manaba de mi cuerpo.
Sin embargo nada de esto fue lo que sucedió a continuación. Escuché un sonido metálico, seco, acompañado de una intensa bocanada de aire. Un aroma dulce me envolvió. ¡Estaba fumando! No me lo podía creer. ¿Cómo era posible que, en un momento como este, alguien, incluso él, se permitiera el lujo de dejarlo todo para encenderse un cigarro? Estaba en plena fase de enfado, frustración y decepción cuando noté un agradable calor a la altura de la nuca. Los sentimientos negativos se evaporaron por completo y un deseo creciente empezó a apoderarse de mí. Notaba cómo el calor me recorría la espalda. No sabía en función de qué unas veces lo sentía más fuerte y otras apenas duraba décimas de segundo. La respiración se volvió más agitada convirtiéndose en un intenso gemido cuando dos de sus dedos me penetraron inesperadamente.
- Me gusta. Es como deslizar un cuchillo en mantequilla caliente- afirmó satisfecho ante la comparación que acababa de hacer.
Yo era incapaz de pronunciar una palabra. En aquel momento sólo sabía que deseaba más. Quería más placer de sus manos, más de todo. En definitiva, más de él. Percibía su respiración, mis jadeos, el calor que me quemaba la espalda, el hormigueo que se hacía cada vez más intenso entre mis piernas. Respiraba con fuerza y, en cada inhalación, aquel aroma dulce me llenaba por completo.
Poco a poco empecé a perder el control de mi cuerpo. Traté sin éxito de medir aquel placer desconocido hasta entonces para mí. Pero fue inútil. Al final me dejé llevar. Él marcó un ritmo intenso: Calor en la espalda, penetración intensa, azote, calor en el pecho. Mi cuerpo bailaba a aquel compás con una naturalidad sobrecogedora. Parecía que llevara toda la vida esperando a que alguien encontrara la frecuencia adecuada para hacerlo funcionar de aquel modo.
Algún gesto en mi rostro o, tal vez, alguno de los movimientos de mi cuerpo le advirtieron de que un orgasmo salvaje estaba a punto de poseerme. Con la misma habilidad que me había cubierto parte del rostro me permitió ver de nuevo. La imagen me subyugó por completo: Tenía un cigarrillo casi rozándome la piel y unas manos mojadas y viriles entre mis piernas.
- ¡Mírame y no cierres los ojos!- ordenó
Tampoco hubo respuesta esta vez por mi parte. Apoyé mi mano en su hombro, alcé la mirada, me perdí en la confluencia de tonalidades verdes de sus ojos y un cálido orgasmo me sacudió de arriba abajo. Durante varios minutos las paredes de la habitación recogieron el eco de mis gemidos. Sus manos se llenaron de mí y, ahora si, su lengua recogió con avidez el sudor que empapaba mi cuerpo.

27 noviembre 2006

Éxtasis



Acerca tus manos a mi piel. Deja que tu lengua me estremezca. Penetra entre mis muslos con fuerza. ¡Sí, así! Observa ahora mi rostro justo en el instante en el que me entrego...

23 noviembre 2006

El Piercing



Todo es blanco en la habitación. Allá donde dirija la mirada sólo veo material perfectamente esterilizado. Avanzo decidida hacia la camilla del fondo de la sala intentando adivinar qué pesa más en mi interior: El temor o el deseo. En cualquier caso, estoy a punto de adivinarlo. A través de la puerta escucho una voz masculina que me sugiere que me desnude. Es necesario para poder continuar con esta experiencia.
Bajo lentamente la cremallera de mis botas. El sonido seco del metal descendiendo por el cuero de mi calzado se hace más intenso en la estancia casi vacía. Con un leve movimiento saco los pies de su interior y decido permanecer descalza sobre el suelo. El frío que sube a través de ellos se mezcla con la tibieza que empiezo a sentir entre mis muslos provocando que la respiración se me acelere. Es un cambio en el ritmo apenas perceptible pero suficiente para reconocer mi excitación y confirmar que es el deseo lo que me ha traído a este lugar.
Los pantalones se deslizan con facilidad y los dejo perfectamente doblados junto a las botas. Pasan unos segundos y considero la posibilidad de quitarme la ropa interior pero quizá sea mejor esperar a que la voz masculina entre en la habitación. Como si me leyera el pensamiento aparece en la sala. Es alto. Luce un perfecto bronceado y una sonrisa cómplice que yo correspondo lanzándole una de mis miradas tipo: "Vamos a pasarlo bien".
Sus ojos observan mi cuerpo semidesnudo mientras que su voz me invita a quitarme las bragas. "Lo que has venido a hacer aquí no es posible con ellas puestas", dice al mismo tiempo que sonríe con picardía. Clavo mi mirada en él y, con el mayor descaro del que soy capaz, dejo que el algodón de mi ropa interior acaricie los muslos, se detenga mínimamente en las rodillas y llegue hasta los tobillos de donde la recojo con un experto movimiento.
- Ahora túmbate en la camilla y relájate- dice dando un nuevo repaso esta vez a la parte desnuda de mi anatomía.
- Estoy en buenas manos, ¿verdad?- respondo con ironía
- ¡En las mejores, querida!-
Deja de hablar durante un instante y se dirige hacia un enorme banco metálico lleno de instrumental totalmente desconocido para mí. Regresa sosteniendo en la mano derecha lo que yo figuro que son unas pequeñas tenazas mientras que en la otra me muestra una pieza de acero.
- Así es que estos son los piercings que has escogido para tu sexo... Me gustan. Creo que quedarán bien en esta zona que llevas perfectamente depilada- sentencia tal vez intentando ruborizarme pero obteniendo de mí el efecto contrario.
- Sí. Creo que es el mejor modo de lucirlos. Con el sexo rasurado por completo- respondo haciendo caso omiso de su alusión a los pendientes que está a punto de colocarme
- Perfecto. Ahora necesito que separes un poco las piernas y que te coloques en una postura en la que te sientas cómoda- dice al tiempo que coloca los piercing y las tenazas en una pequeña bandeja y sus dedos se dedican a explorar la zona en la que van a trabajar durante los próximos minutos.
Cuando sus manos entran en contacto con mi sexo un fuerte suspiro se escapa de mi boca. Cierro los ojos. Sé que él se ha dado cuenta de mi excitación no sólo gemido, sino por la humedad que ha invadido mi sexo. Pero prefiero no visualizar este hecho.
- Vas a notar bastante frío ahora. Utilizo este spray para insensibilizar la zona en la que voy a colocar los pendientes. Si por algún motivo te molesta demasiado no tienes más que decírmelo, ¿de acuerdo?-
- Perfecto- acierto a responder mientras pienso que algo helado es justo lo que me faltaba para excitarme aún más pero claro, eso él no lo sabe. ¿O sí?
Percibo una intensa sensación de frescor justo en el centro de mi sexo. Al principio es casi como una brisa que incluso agradezco porque viene a paliar un poco mi agitación. Sin embargo, a medida que los segundos van transcurriendo y el frío se hace mucho más intenso el deseo se apodera de nuevo de mi cuerpo de un modo incluso más fuerte que con anterioridad. Trato de controlarme aunque ahora noto cómo el latex de sus guantes palpan los labios interiores de mi sexo y presionan con suavidad sobre el clítoris. Intento convencerme de que esta manipulación terminará pronto pero enseguida compruebo que no lo hará con la suficiente rapidez como para lograr calmarme. Estoy a punto de pedirle que pare. Quiero decirle que no lo soporto pero no tiene sentido. No es el frío lo que me molesta, ni si quiera son sus manos. Es la certeza de que el orgasmo que se está preparando en mi interior llegará demasiado rápido.
Aprieto la espalda con fuerza contra la camilla en un vano intento de distraer la atención a otra zona de mi cuerpo. Él me está hablando. Me explica cómo, en breve, va a empezar a colocarme los pircings en los lugares que yo he escogido con anterioridad. No le escucho porque acabo de sucumbir al deseo y al placer. El contacto de mi sexo con sus dedos cesa un instante. Escucho un sonido metálico e intuyo que está cogiendo el material que necesita para perforar mi piel. Algo cálido se aproxima de nuevo a mí. Sí. Son sus manos. Dos de sus dedos separan con maestría los labios de mi sexo haciendo que me estremezca y que otro profundo suspiro se escape, ya sin rubor, de mi garganta. A continuación noto un ligero pinchazo en la parte interior de mi sexo. Un dolor seco, intenso y rápido al que le acompaña un fuerte hormigueo.
De repente noto su aliento junto a mi oído mientras que una voz que reconozco como suya me susurra: "Disfrutas con el dolor, ¿verdad?". Un gemido más intenso es toda la respuesta que obtiene de mí. De nuevo sus dedos recorren mi clítoris y siento cómo palpita con fuerza. Ahora el frío en esa parte de mi cuerpo se ha hecho menos intenso y la mezcla con la calidez de mi propia humedad es exquisita.
Percibo las tenazas de nuevo muy próximas a mi piel. Dolor, placer y el cosquilleo inconfundible del inminente orgasmo. Ahora algo se desliza por el interior de mi piel. Es algo pequeño pero muy duro que él está haciendo girar con sus dedos al mismo tiempo que me roza con suavidad. Ese movimiento es suficiente para lograr un fuerte estallido en mi interior. Una oleada de placer viaja desde el centro de mi sexo a todas las partes de mi cuerpo sumergiéndome en una intensa sacudida que, por supuesto, él percibe. Me deleito en el orgasmo que me ha proporcionado notar mi piel perforada mientras mi respiración se va estabilizando. Su voz me saca del ensimismamiento en el que estoy inmersa.
- Hemos terminado-
- Ha sido un placer- acierto a responder
- Podemos repetir cuando quieras- afirma al mismo tiempo que me hace un guiño con los ojos.

21 noviembre 2006

El susurro que me acompaña


Me deslizo en la cama con todos los sentidos a flor de piel. Cuando mi cuerpo desnudo entra en contacto con las sábanas recién planchadas y perfumadas un intenso escalofrío me recorre desde la nuca hasta la planta de los pies haciéndose más intenso entre mis muslos. Un leve suspiro se escapa de mi boca y no puedo evitar sonreír ante la avalancha de sensaciones que se acumulan en mi interior. Dejo caer la cabeza sobre la almohada, relajo todos mis músculos, cierro los ojos, intento hacer que mi respiración sea más suave al tiempo que alejo la mente del mundo que me rodea. Así es como me enseñaron a dormir. Así es como lo he hecho siempre…
Sin embargo, cuando logro apartar cualquier imagen de la realidad, un leve susurro llega hasta mis oídos. De inmediato el corazón me late con fuerza en el pecho. No necesito abrir los ojos. No hace falta escuchar nada más. Es el sonido de tu placer que se niega a abandonarme aún cuando mi cuerpo está casi exhausto. Trato de alejarme de ese murmullo que se hace más intenso cuando intuye que voy a abandonarle.
Abro los ojos. Te sigo escuchando. Los susurros se han convertido ahora en gemidos, en pequeños halos de oxígeno que salen de tu boca en forma de intensos suspiros. Noto cómo todo mi cuerpo reacciona. Es inútil resistirse a la tentación cuando el cuerpo y, sobre todo, la mente hace tiempo que se entregaron. Observo mi anatomía con atención. La piel que alcanzo a ver está erizada, la respiración se entrecorta y mis labios se separan lentamente para dejar que sea mi lengua quien los acaricie esta vez. Percibo su suavidad. Me deleito en saborear mi propio aliento. Un leve sonido sale de mi interior. En circunstancias diferentes estaría tratando de controlarlo pero en este mismo instante es algo que no me preocupa, es más, incluso me excita porque hace que me sienta más cerca de ti.
Mi mano derecha abandona la almohada en la que ha estado reposando hasta ahora y se dirige suave pero con firmeza hasta mi cuello. Mientras mi lengua continúa saboreando todos los rincones de mi boca, los dedos se deslizan con maestría por la barbilla y acarician con ternura el perfil de mi garganta. Recorren con lentitud cada centímetro que separa la cara del cuello. Se detienen a explorar cada ángulo de mi rostro y se tornan más suaves cuando llegan al lugar desde donde el placer se hace audible. Ahí todas mis sensaciones se convierten en un cálido cosquilleo que me sacude con ternura.
Los pulmones se ponen de mi parte esta vez y me ayudan a sacar todo el aire que estoy acumulando en mi interior mientras me acaricio. De nuevo los labios me obedecen y, en esta ocasión, me encuentro cara a cara con un intenso suspiro que atraviesa la garganta con lentitud permitiendo que empiece a excitarme con el sonido de mi voz, con la experiencia de mi propio placer. Cierro los ojos porque ya no necesito mirar hacia ninguna parte. Todo lo que deseo ahora reside en mí,en el espíritu que controla mi alma.
Una mano tibia recorre mis pechos. Bordea su contorno con mucha suavidad. Apenas percibo el roce de los dedos aunque intuyo que están ahí. La mano izquierda viene a unirse a su compañera y me someten a sus caprichos. Dos dedos se encargan de trazar pequeños círculos sobre la fina piel de los senos mientras que otra pareja de compañeros inicia un desconocido viaje hasta los pezones. Encuentran su destino con facilidad porque ambos se erigen con firmeza en el centro de la tierra prometida. No dudan en celebrar el éxito de su misión y se lanzan con avidez sobre el primero de ellos. Lo bordean, lo escalan, acarician sus bordes con maestría. Pero eso no es suficiente y, al mismo tiempo que sus compañeros están recorriendo sin cesar cada parte de la piel que les rodea, ellos deciden hacerme presa de un intenso placer.
Siento una leve presión sobre el pezón derecho que, al principio, me sorprende pero que a continuación da paso a un agradable cosquilleo. La sensación empieza a desaparecer cuando, de repente, una presión más intensa arranca un gemido incontrolado. Sonrío porque he adivinado el juego que mis dedos se llevan entre manos. No hago el menor gesto para oponerme a la intensidad que me domina y me envuelve. Escucho mis suspiros incontrolados y permito que la otra mano que hasta ese momento solo me ha estado acariciando juegue con el pezón que queda libre.
Los dedos trabajan al unísono. Aprietan primero con suavidad y, justo en el momento en el que considero que no puedo experimentar más placer, me recuerdan todo lo contrario aprisionando mis pezones con fuerza y dejándolos escapar con rapidez. Una de las manos se desliza ahora hacia mi boca y acaricia los labios. Mi lengua sale a recibirla y moja cada uno de los dedos que regresan a humedecer los pezones. El hormigueo se hace esta vez más intenso. La oleada de placer que me invade hace que, de forma instintiva, separe los muslos para que pueda notar sin dificultad toda la humedad de mi sexo.
Intento levantar la cabeza para contemplar el cuerpo excitado pero un intenso temblor me recorre obligándome a permanecer en la misma postura. Percibo el calor de mis manos aproximándose a la humedad de mi sexo. Los gemidos que hasta ese momento salían de mi boca se han transformado en susurros, en la expresión de palabras sin sentido pero que, al mismo tiempo, me excitan. La mano derecha es la primera en adentrarse entre mis muslos y acaricia el borde mi sexo que palpita cada vez que percibe su proximidad.
El momento que deseo con desesperación acaba de llegar. Los dedos recorren mi sexo completamente mojado. Intentan caminar por él pero enseguida descubren que me torturan más si se deslizan entre los labios y presionan levemente la pequeña cima del interior. Al principio sólo son suaves caricias que me estremecen y provocan sensuales sonidos en mi boca. Poco a poco los dedos ejercen más presión sobre mi sexo logrando que cada vez esté más excitada. Percibo un movimiento rítmico de la mano que, con inteligencia, ha sabido encontrar el punto exacto en el que se concentra todo el placer que soy capaz de sentir. Lo atrapa entre los dedos y el movimiento se va incrementando a medida que lo hace el deseo.
La humedad se desliza como un torrente entre mis muslos y es, en ese momento, cuando la mano izquierda viene a ofrecerme el último de los castigos del placer. Siento mi sexo a punto de estallar y, cuando pienso que no voy a poder prolongar mucho más esta sensación, algo penetra en mi interior haciendo que gima con intensidad. Noto la humedad de mi interior y no reprimo la idea que en ese momento atraviesa mi mente. Sin dejar de acariciar mi sexo, cosa que ya me es imposible por completo, llevo la otra mano a mi boca. Los dedos se adentran en ella y la lengua se deleita con el manjar que acaba de recibir. Percibir mi propio sabor me lleva más allá.
Ahora todo el cuerpo acompaña el ritmo que impone la mano que se encuentra en mi sexo. Las caderas se balancean suavemente al tiempo que ese “algo” me penetra de nuevo. Esta vez no tomo decisión alguna. Dejo que mi cuerpo encuentre su propio camino hacia la inmensidad del placer que me tenga reservado.
Durante unos segundos se produce el equilibrio. Siento un hormigueo que invade el centro de mi sexo al mismo tiempo que un intenso calor se apodera de mi interior. Percibo la tibia humedad que ahora me llena las dos manos. Los movimientos se hacen cada vez más rápidos pero sin perder el ritmo que me está enloqueciendo. Gimo, susurro, hablo… Noto cómo la sangre se agolpa bajo mi piel para proporcionarme el estallido de placer que ansío, que deseo, que percibo, que noto, que está ahí….
Un sonoro gemido de placer inunda la habitación en la que me encuentro al mismo tiempo que todo se abre en mi interior proporcionándome un intenso orgasmo. Me rindo al placer. Me deleito con él. Lo disfruto en toda su intensidad y me siento inmensamente feliz porque el susurro que me acompaña ha logrado sacar algo nuevo de mí.

01 noviembre 2006

El lugar que imaginas




Llevaba días pensando dónde se produciría nuestro primer encuentro. No existía ningún plan concreto para aquella primera vez. Las cosas entre nosotras siempre habían fluido con naturalidad y, para esta ocasión tan especial, no íbamos a hacerlo diferente.
Al principio pensé que debería escoger uno de los restaurantes en la zona alta de la ciudad a los que voy con frecuencia. Esos locales son perfectos para veladas íntimas
Sin embargo, algo en mi interior me decía que necesitaba algo diferente. Desde el principio tenía claro que la cena era lo de menos así es que me concentré en buscar un lugar en el que, simplemente, las dos nos sintiéramos bien.
Una mañana al levantarme, mientras que aun conservaba vivo el recuerdo de mi reciente sueño con ella apareció en mi mente el lugar idóneo para vernos. Había oído hablar a mis compañeros de trabajo de aquel lugar pero, la verdad es que nunca había tenido curiosidad por conocerlo. Tal vez fuera el momento de hacerlo. Llegó el día señalado y a las nueve en punto de la noche me presenté en el restaurante ella aún no había llegado lo cual agradecí porque esto me permitía inspeccionar el lugar y empezar a dar rienda suelta a mi imaginación. Aquel restaurante estaba decorado al más puro estilo oriental. Un amplio comedor perfectamente ordenado daba paso a unas preciosas salas para cenas privadas. No pude evitar sonreír y disfruté con la idea de que en breves minutos iba a compartir con ella uno de aquellos espacios
Después de esta primera visita decidí que la esperaría en el interior. Me excitaba la idea de que ella atravesara aquella sala tal y como yo le había indicado. Elegante, segura, digna y, por supuesto, sin ropa interior Acaricié con mis dedos la fina mesa de madera que tenía justo a mis pies. Me estremecí al pensar que tal vez así fuera el tacto de su piel. Empezaba a disfrutar del momento cuando la puerta del reservado se abrió.
Apareció ante mí una joven oriental que venía a hacerse cargo de mi abrigo y a asegurarse que no me faltaba de nada. Casi con la misma discreción con la que había entrado se marchó y me dejó de nuevo sola con mis pensamientos. Me arrodillé junto a la mesa y traté de no pensar, de dejar libre mi mente tal y como sucedía cada vez que compartía mi tiempo con ella. "Mejor no premeditar nada. Mejor que las cosas sucedan" repetía mi mente una y otra vez. Mientras estas palabras sonaban en mi interior noté una presencia a mi lado. Sabía que debía abrir los ojos. Estaba segura de que era ella. Sin embargo prolongué aquella sensación unos segundos más preparándome para disfrutar lo que el resto de la velada tenía reservado para nosotras.
Cuando volví a la realidad me encontré directamente con su mirada y, aunque traté de ser lo más racional posible, el momento no era el más adecuado para obedecer a la mente. Ella se había agachado de manera que su rostro quedaba a la misma altura que el mío. Mis labios se acercaron a los suyos lentamente hasta que empecé a percibir la suavidad de su boca
Nuestros rostros encajaron a la perfección mientras que nuestra respiración agitada se había transformado en una sola Quería saborear su lengua, conocer el sabor del oxígeno que la alimentaba pero era incapaz de alejarme de aquella sensación que me invadía
Fue ella la que decidió explorarme. Lentamente abrió sus labios y la calidez de su lengua me inundó por completo al mismo tiempo que unas manos delicadas acercaban aún más mi rostro al suyo Me rendí al deseo, al placer, a la ternura. Mi lengua entró en contacto con la suya. Ignoro cuánto tiempo permanecimos así pero recuerdo perfectamente el vacío que sentí cuando ella se separó de mi lado
Yo quería permanecer en su cuerpo todo el tiempo que fuera posible. Deseaba formar parte de su deseo, de su pasión. Percibió mi tristeza y sonrió. Se arrodilló al otro lado de la mesa y fue entonces cuando pude contemplar parte de su anatomía. Un cuerpo reservado solo para el placer que ambas compartiríamos horas después y que, en esos instantes, yo ignoraba por completo......


NOTA. Este texto no está corregido. Ha sido fruto de un momento de narración en directo y he querido reproducirlo tal y como salió de mis dedos, de mi mente y de mi espíritu